Luego del catastrófico impacto del huracán María sobre Puerto Rico el 20 de septiembre de 2017, las horas y días de trabajo eran un turno sin fin en el que se perdía la noción del tiempo. Pero en medio de la intensa cobertura diaria repleta de “breaking news”, un hecho devastador me llevó al periodismo investigativo y a reconocer la importancia de la diversidad. El número oficial de muertos relacionados de forma directa e indirecta al fenómeno atmosférico no reflejaba la realidad que algunos observábamos, desde el trabajo periodístico, y que sufrían cientos de familias en las comunidades en el archipiélago caribeño.
Cuando María nos golpeó, yo era parte del equipo de periodistas de Metro Puerto Rico, un periódico multinacional que había plantado bandera a nivel local cinco años antes, capitaneado a nivel editorial por la periodista y mentora Aiola Virella. En aquel momento, el Centro de Periodismo Investigativo (CPI), una entidad sin fines de lucro dedicada al periodismo de investigación, la litigación por el acceso a información y la formación periodística, sumaba colaboradores para el desarrollo de un proyecto investigativo que me impactaría para siempre: los muertos de María. Virella, quien ya había unido lazos colaborativos con el CPI, me asignó la cobertura.
Al llegar por primera vez a la oficina del CPI fui recibido por su directora ejecutiva, Carla Minet, y la periodista Omaya Sosa, quien lideró la investigación. Lo próximo que vi fue una montaña de hojas de papel divididas por meses que correspondían a los certificados de defunción de las personas fallecidas en Puerto Rico, documentos que habían sido una victoria de acceso a información pública peleada por el CPI en los tribunales. Esa gesta fue un paso indispensable en el camino para determinar cuál era el número real de muertos por el huracán María en Puerto Rico.
Sin embargo, el manejo y la organización de toda esa información era un verdadero reto. Mi primera tarea -y lección- fue un proceso técnico: debía pasar cada hoja de papel a un escáner y digitalizar los certificados de defunción para facilitar el archivo, organización y análisis de los documentos de manera digital. Si bien el trabajo periodístico diario requiere del uso de herramientas investigativas para revelar información, el periodismo de investigación como práctica requiere en principio de la voluntad administrativa y editorial de los medios de comunicación para respetar el tiempo que requiere cada investigación a la que se apuesta. Los múltiples días de trabajo dedicados solo a escanear cientos de certificados de defunción eran un paso necesario para avanzar en nuestra investigación, al tiempo que el equipo identificaba herramientas y modos para agilizar el trabajo.
A medida que me adentraba en el proyecto, también comencé a toparme con el lenguaje técnico de los certificados y de las bases de datos que no comprendía. Parte del proceso investigativo, sobre todo cuando se trata de temas complejos, requiere de educación continúa en torno a la temática en la que el periodista trabaja, así como persistencia, curiosidad y consultas a expertos. Entender es esencial para poder contarle al público cómo ocurrieron los hechos. Hasta ese momento, nunca había trabajado con una base de datos organizada con códigos. Por eso mi primera impresión cuando comencé a navegar los datos provistos por el Registro Demográfico adscrito al Departamento de Salud de Puerto Rico, fue de confusión y preocupación. ¿Qué hago con estos datos? ¿Qué significa esta información? ¿Qué esconde esta base de datos o qué información el gobierno no está revelando al público?
De ese análisis nació una primera historia como parte de la colaboración del CPI y Metro, que demostraba que, además de las 64 muertes relacionadas al huracán María que oficialmente el Departamento de Seguridad Pública había admitido hasta entonces, había al menos ocho casos adicionales que el Registro Demográfico tenía en su base de datos como relacionados al huracán que no se habían añadido a la lista oficial de fallecidos. Esas muertes estaban catalogadas con el código X37, que significa “víctima de una tormenta cataclísmica”, por lo que fueron relacionadas de manera inequívoca con el huracán por patólogos forenses del Instituto de Ciencias Forenses o por médicos.
Un año después del huracán, en septiembre de 2018, publicó “Los muertos de María”, la investigación conjunta en la que tuve el privilegio de participar junto al Centro de Periodismo Investigativo, Quartz y Prensa Asociada. El trabajo investigativo en equipo identificó a 487 víctimas del huracán María. Incapaz de contabilizar por su propia cuenta la cifra real, el gobierno de Puerto Rico adoptó el 29 de agosto de 2018 la cifra de 2,975 como su estimado oficial de muertos, a raíz de un estudio elaborado por la Escuela de Salud Pública de la George Washington University (GWU).
Colaborar en el proyecto investigativo sobre las muertes relacionadas al huracán María me mostró la importancia del periodismo de investigación y me enseñó a amarlo. Si bien el impacto emocional de la cobertura sobre María fue brutal, escudriñar hasta confirmar los rostros de personas que habían sido víctimas del huracán y que el gobierno invisibilizaba al no reconocerlos ni siquiera en una cifra, humanizó y mostró la verdadera magnitud de una tragedia sin igual en Puerto Rico.
De algún modo, también brindó paz a cientos de familias cuyos seres amados sucumbieron más que por los vientos, por la ausencia de planes de emergencia estructurados de parte de las autoridades, la falta de servicios básicos durante periodos extremos, las dificultades o ausencia de acceso a medicamentos y servicios de salud, la respuesta deficiente de entidades públicas y privadas, entre otras circunstancias que sacuden emocionalmente a todos los que vivimos en Puerto Rico la noche y el día de María, y todos los meses que le siguieron.
El periodismo de investigación permite profundizar en los hechos y en los datos que el diarismo, por su naturaleza, no siempre alcanza. Por eso, y particularmente desde mi propia experiencia en el 2017, comprendí que era indispensable defender en las salas de redacción la presencia de periodistas dedicados la mayor parte del tiempo posible al periodismo de investigación. A la cobertura de María también llegué con un trasfondo que añadió valor personal al trabajo que estaba realizando. Ya en 1998 el huracán Georges había arrancado de raíz el techo del hogar que mi mamá había cimentado en mi pueblo de crianza, Quebradillas, y conocía de cerca el sentimiento de ese tipo de pérdida que se multiplicó con María. Mi historia personal, mi identidad e incluso el hecho de haber crecido en una comunidad lejos de la zona metropolitana de Puerto Rico, me impulsaron a desarrollar otros ángulos noticiosos y comunicarme con el mismo lenguaje de las comunidades que cubría, como estoy seguro que otros periodistas fueron impulsados por sus propias identidades e historias personales. De ahí, también, la defensa de la diversidad en las salas de redacción y los equipos de investigación.
La merma en recursos humanos en los medios de comunicación y las constantes reestructuraciones son un obstáculo para el desarrollo y estabilidad de las unidades investigativas en los espacios de trabajo de los periodistas, a quienes se les exige cada vez más producción de contenido para satisfacer los niveles de consumo y tráfico digital. A nivel editorial y administrativo, los líderes de medios pierden de perspectiva que la única receta infalible para la estabilidad y subsistencia de un medio noticioso es regresando a su razón de ser: la noticia. Y cuando la noticia tiene el espacio de desarrollarse a profundidades inalcanzables para el público sin la asistencia del periodista, le pruebas a la audiencia que tu existencia como medio es relevante y necesaria en el ecosistema social del que es parte.
Lograr alcanzar profundidades ocultas en los hechos y datos ha sido también mi motor desde la Unidad de Investigación y Datos de El Nuevo Día, donde he ejercido una labor periodística híbrida — cobertura diaria y desarrollo de investigaciones — desde mi llegada en abril de 2019. El ejercicio durante estos años me ha reiterado la pertinencia del periodismo de investigación, su impacto en la opinión pública y la necesidad de parte del público de ver más contenido periodístico de este tipo publicado en los medios de comunicación. Desde las salas de redacción de todos los medios noticiosos en Estados Unidos y el mundo, los periodistas debemos hacer un llamado al freno. Parecería descabellado aplicar un freno a un ritmo de trabajo que también está atado al ritmo de la noticia, que a veces nace en la mañana y desaparece en la tarde. Pero más que un deber, es una necesidad. Que aplicar ese freno permita alimentar la curiosidad, hacernos preguntas sin la interrupción de la inmediatez, indagar sin la presión de un cierre de edición e investigar hasta alcanzar la verdad oculta que el público merece conocer.
Acerca de este ensayo
Este ensayo es parte de la serie Latino Watchdogs que comparte anécdotas sobre el camino al periodismo del Grupo de Trabajo de Periodismo de Investigación y Datos de la Asociación Nacional de Periodistas Hispanos. Más de esta serie:
- Introduction: Latinos are missing from newsroom investigative teams across the country
- Stepping into the world of investigative journalism as a Mexican American reporter came with challenges, but also many rewards (Yvette Cabrera)
- My watchdog journey rooted in the lessons of the past and the battle for change and good trouble (Mc Nelly Torres)
- One constant in my life as a military kid was the news airing at dinner — and now I’m a journalist (Daniela Ibarra)
- Forging my own path as a journalist was all I knew (Francisco Vara-Orta)
- As a kid, I worked in the flower business. Here’s how I found my way into investigative journalism (Norberto Santana, Jr.)
- Guiar en vez de ‘ayudar’ a la próxima generación de periodistas investigativos latinos (Mercedes Vigón)
- Cómo mi vida me reafirmó el valor de la diversidad y el periodismo investigativo (Luis Joel Méndez González)